RELATOS

Las historias de Warshow

DESAPARICIONES

 (La Tierra - Paralerso (1) 3997)
 Autor: Javier Crux 

 

 -¿¡Me toma por estúpido, general!?
 
-No, señor presidente...
 -¿Cómo diablos pueden desaparecer del frente dos regimientos completos?
 -Mis hombres dicen que quizá han desertado.

 -¿Han huido del campo de batalla...? ¿¡Con cinco tanques y seis cañones!? ¿Usted sabe lo  que cuesta todo eso?
  -Presidente... me lo puedo imaginar...

  -¡Quiero respuestas!
  -Es que ni los ingleses se lo explican... y eso que sus trincheras están a apenas cinco kilómetros de las nuestras. Comentan que hace una semana vieron unos fogonazos provenientes de nuestro campamento y después nada...
  -¿Cómo que nada?
 -Pues que ya no hubo más contacto por radio. El regimiento del Coronel Duke había desaparecido, al igual que el del Coronel Balop.
-¿Y cómo sabemos que no fueron los alemanes?
-Ingleses y franceses dicen que no han visto actividad enemiga por esa zona.

 Seguro que esos cabezas cuadradas han creado alguna nueva arma y nos van a joder. Esos fogonazos han de significar algo.
 -Señor, ¿inteligencia no dispone de esa información aún?

-No. Maldita sea, hemos perdido mucho dinero con estas desapariciones.
 -He enviado a mis mejores rastreadores para ver si encuentran alguna pista.

 -Recuerde que esto no debe trascender a la prensa, supondría un duro golpe para la moral de los muchachos y en esta guerra sólo llevamos mes y medio. -Lo sé, presidente.
 -Espero que esos hijos de puta no hayan traicionado a nuestra bandera.

 -Mi señor, eso no es posible, conocí... conozco al Coronel Duke personalmente y puedo afirmar con rotundidad que es un buen patriota temeroso de Dios.
 -Eso espero.
 -Estén vivos o muertos, me comprometo a encontrarlos. 

(1): Esta palabra es la unión de universo y paralelo.



ESCONDIDO EN LA TRINCHERA

Autor: Javier Crux 
 


   La trinchera olía a pólvora y muerte. Los yankis estaban cruzando nuestras líneas de defensa como quien pasea por el campo, sus carros acorazados se abrían paso entre los horizontes de alambre de espino. Escuchaba sus motores cada vez más cerca. Me temblaba el pulso, me había meado encima y ya no tenía munición, de haberla tenido me habría pegado un tiro en la cabeza. Un riachuelo de sangre recorría el suelo de la trinchera. Estaba rodeado por los cadáveres de mis compatriotas, imposibles de contar por culpa de la cantidad de cuerpos que estaban despedazados. Me sentía como el único hombre vivo de mi ejército. Oía esos malditos motores como se iban acercando más y más, también el crujir de huesos cada vez que pasaban por encima de un cadáver. Miré al cielo, esperando una señal y sólo vi tres buitres que volaban en círculos sobre mí.

   Oí como unas voces decían algo en inglés, cerca de la trinchera. Miré a mi alrededor para evitar la parálisis nerviosa. La única idea que se me ocurrió fue tirarme al suelo y esconderme debajo de los cadáveres de Helmut y Klaus. Mis manos se mancharon con su sangre pegajosa que aún brotaba de sus cuerpos. Estaba aterrado. Oí risas al otro lado, eran carcajadas triunfales convertidas en ruido ensordecedor.
    Dos soldados enemigos acababan de entrar en la trinchera, no entendía lo que decían. Estaban a diez metros de distancia. El sudor corría por mi rostro. Tenía un ojo medio abierto y fui testigo de cómo atravesaban con sus bayonetas a los cadáveres de mis amigos, después revisaban en sus bolsillos para guardarse lo que encontraban de valor. Esos bastardos se acercaban a mí mientras aún se escuchaba el silbido de algunos proyectiles que cruzaban el cielo de la trinchera. Intenté rezar pero me di cuenta de que no me sabía ninguna oración.
    Pensé en rendirme, se suponía que no me harían nada malo si lo hacía... pero recordé algunas historias que me contaron sobre lo que hacían los yankis a los nuestros, por lo visto su ejército estaba lleno de judíos. Sus pasos chapoteaban en la sangre que, mezclada con la tierra, se había convertido en un fango apestoso. Cerré los ojos. Noté como un calor muy fuerte se extendía por mi cuerpo y como una luz muy brillante se colaba al trasluz de mis párpados.
    Al abrirlos ya no había nadie, ni rastro de los yankis. Me levanté extrañado. El rumor de los motores había desaparecido, ese silencio tan espeso se me hacía incómodo, incluso llegué a pensar que me había quedado sordo. Me golpeé en el casco para comprobar que aún oía algo y así fue. Los invasores ya no estaban. Me asomé por encima de la trinchera y no vi tanques ni soldados. Empecé a reír, no podía parar, sentí como si yo sólo hubiese ganado la guerra. Me puse a caminar por tierra de nadie. Me paré cerca de un cadáver, cogí su pistola, comprobé que estaba cargada y coloqué el cañón contra mi sien.


EL SOLDADO POETA

Autor: Luis Méndez 

 

 1. Caminando por el sendero con una soga.


" El esparto de la cuerda comenzaba a deshilacharse, 
 
pero resistiría el peso de un hombre
 
al que ya no le quedaba esperanza.

 El granero serviría de escenario
 
a este adiós,
 
los trabajadores llegarían al día siguiente
y simularían no darse cuenta
 
de eso que cuelga de la viga en el techo 
 
como un gran pedazo de carne en salazón.

 Una muerte limpia sin manchar de sangre 
 
la madera del piso,  
 
una muerte no más cobarde
 
  de la que aquellos que la encuentran
 
 en las trincheras,
 
 asesinando a otros para honra de la nación, 
 
para satisfacción de Jorge V, 
 
emperador de la India. 

Pena de quien tuviera que cortar
 
después la tensa cuerda, 
 
pena de quien tuviera que sujetar el cuerpo sin vida 
 
para que no golpeara el suelo al caer.

Se tiene más delicadeza con los jóvenes que ya no están 
 
que con los que caminan alegres por las calles de Londres."

Mervin Aldiss no creía en la guerra. Carecía de esa beligerancia, de ese orgullo nacional, no como sus vecinos varones, que se habían ofrecido voluntarios desde el primer momento. Sin embargo, tras la inclusión del servicio militar obligatorio, él, soltero, sin hijos, y a sus casi treinta años, se había visto obligado a formar parte del Ejército Británico. A Mervin le gustaba leer y escribir, poesía sobre todo. No era extraño verlo sentado en las más incómodas posturas en los cafés de la ciudad de Londres, cuando su empleo en el puerto se lo permitía, garabateando sus frustraciones y anhelos en arrugados papeles sobre los que caía la ceniza de su pitillo, o algunas gotas de una buena pinta de cerveza. Por su conocimiento naval, aunque él se dedicara realmente a descargar mercancías, había sido destinado a la Marina Real, y eso, en parte, calmaba su ansiedad; estar en alta mar no sería tan distinto a flotar sobre el río Támesis. Su desviada imaginación, al pensar en esta última sentencia, lo llevaba a verse siendo mecido por las olas, su cuerpo inerte, sin vida, su espalda al sol y su rostro sumergido, muerto tras una cruenta batalla. No podía hablar de estos pensamientos con nadie, sería una muestra de cobardía, y tan sólo podía desahogarse con la escritura, como siempre había sido.

"Que lo cristalino del mar se torne rojo
 
de la sangre de los inocentes,
 
que esa agua llegue con su rojez intacta
 
a las cañerías de todos los hogares,
 
tanto de los más humildes como de los más pudientes, 
 
y que sus habitantes se bañen
 
en la sangre de sus hijos,
 
aquellos a los que enviaron a combatir al frente 
 
en una guerra idiota y cruel..." 

Llegó el día en el que Mervin se tuvo que despedir de Dorothy, su casera, dueña del edficio donde el joven tenía su habitación. Recogió sus pocas pertenencias (varios cuadernos, una pluma estilográfica y algo de ropa), y esperó a ser recogido por sus, ahora, superiores. Ya no había vuelta atrás.


2. Preludio al desastre.

Habían pasado ya cuatro meses desde que Mervin fue reclutado. El continuo entrenamiento era duro, muy duro, sobre todo para alguien acostumbrado a utilizar más su intelecto que sus músculos. Aún así, pese a ser de natural tímido, Mervin había hecho algunos amigos entre sus compañeros de armas: Dan Mckean, cuyo oficio era el de carnicero, Edward Glover, que llevaba las cuentas de una compañía eléctrica y Jeff Marriott, que, al parecer, era el propietario de un burdel. Pese a tan dispersos orígenes, la personalidad tranquila de todos ellos casaba con la de Mervin, y las charlas cuando las luces se apagaban eran de lo más agradables. Todos ellos habían sido asignados al HMS Indefatigable, un crucero de batalla botado siete años antes. Durante el tiempo que duró el entrenamiento, Mervin escuchó de boca de otros compañeros historias que hablaban de soldados desaparecidos súbitamente en mitad del combate. No se trataba de deserciones; más bien parecía como si algo los arrancase de la tierra sobre la que caminaban. "Cuentos de viejas", pensaba Mervin, pero esa clase de relatos no paraban de circular entre las tropas. ¿Hacia dónde irían esos muchachos? ¿Sería la piedad de los ángeles la que los alejaba de las trincheras plagadas de ratas y disentería? El capitán Sowerby dejó claro a la tripulación que no consentiría que se divulgaran esta clase de bulos, los cuales podrían tener un efecto desmoralizador entre los soldados, así que, si alguien tenía alguna teoría al respecto de esas desapariciones, se la guardaba para él por temor a una severa reprimenda. Mayo llegaba a su fin, los días de trabajo en alta mar resultaban fatigosos, y el ambiente estaba enrarecido debido a las informaciones que habían llegado a oídos del almirantazgo, las cuales avisaban de una inminente operación por parte de los alemanes. La tensión era palpable, y los engranajes de la guerra se estaban poniendo a punto con una única ambición: la victoria o nada. Para Mervin, la mera supervivencia se había convertido en una apetecible tercera opción.

3. Un mar de sangre.

"¿A dónde van todos esos chicos
 
con el rostro afeitado, irritado por el sudor?
 
 ¿Hacia dónde se dirigen a la carrera?
 
A las fauces de la Muerte, 
   hambrienta, insaciable, inmisericorde. 
  ¿No podían haber terminado sus días plantando hortalizas,
 con la única compañía del silencio
 y la paz?

La metralla desfigurando la carne,
 
un fuego que no se puede sofocar, 
  gotas ardientes que se llevan la belleza 
  y la esconden en algún inaccesible lugar.

Los oídos zumban
 
pero no (¡ojalá!) por el balido de una cercana oveja,
 sino por el trueno de una granada,
 que al explotar hace retumbar la tierra,
 
 
la misma que acoge en su seno a los primogénitos de Gran Bretaña.

¡Dios salve a la Reina,
  que la haga victoriosa,
  feliz y gloriosa!
  Pues en Tierra de nadie la gloria no existe,
  tan sólo las sombras,
  y el gemir de los hombres que lloran como bebés."

Las costas de Dinamarca, el mar del Norte, el escenario de una cruel carnicería que nada tenía de honorable. Las prácticas habían terminado, era el final del juego. Chicos que no sabían apenas cargar la munición en sus armas eran empujados a la batalla por unos superiores carentes de escrúpulos. En la guerra, sus bajas era tan sólo un número; las noticias de sus muertes llegarían a sus desconsoladas familias de una manera aséptica, meramente formal. No habría abrazos, no habría condolencias. El mar rugía hambriento, insaciable. Eran las 18:50 de la tarde, tan sólo habían pasado veinte minutos desde que las dos flotas, la británica y la alemana, se hallaban en este pandemonio. Pese a no haber caído en la trampa del vicealmirante Reinhard Scheer, la Armada Real no había podido obviar el enfrentamiento, y los soldados de ambos lados caían como moscas. Tan sólo se oían gritos y el ruido de los cañones. Mervin estaba horrorizado; su alma sensible no podía soportar esas visiones infernales y tapaba su rostro con sus manos. Jeff Marriott, ateo, chillaba, histérico "¡Por Dios!, ¡por Dios!". Sus otros compañeros habían sido masacrados, no había piedad. En medio de ese desastre, algo llamó la atención del aterrado Mervin: vio cómo un soldado alemán caía al agua e, inesperadamente, unos brazos rugosos de un aspecto demoníaco lo agarraban y lo hundían, llevándoselo a las profundidades del océano Atlántico. No podía creer aquello que estaba observando, no podía ser cierto. El trauma provocado por tanta muerte debía haber afectado a su mente, pero había sido tan real... Entonces, vio a unas extrañas criaturas salir del mar, apresando a los soldados en los cruceros de batalla. Sus formas eran imposibles, dantescas, llenas de bultos y rojeces. Estos seres secuestraban a esos marinos y los llevaban consigo bajo el agua, que se tornaba roja por la sangre. ¿De dónde surgían esas aberraciones?, ¿del mismísimo Infierno? Extrañas sirenas de la desesperación, de sus mudas bocas tan sólo brotaban infinitas filas de colmillos con los que devoraban a los combatientes de uno y otro ejército. ¿Era esta la respuesta a las desapariciones de soldados que habían estado ocurriendo desde que había estallado la guerra? Entonces, un proyectil alcanzó al HMS Indefatigable, y este comenzó a hundirse. Mervin logró, por suerte, salir de su estado catatónico, tan sólo para observar que el cuerpo de Marriott, el bribón, había sido despedazado por el impacto. Nada quedaba de él, ni su socarronería ni su buen talante. El joven se lanzó al agua, temiendo ser apresado por una de esas criaturas, y advirtió, aterrado, que una especie de red luminosa estaba surgiendo del mar, delimitando el espacio, y cortando limpiamente los miembros de aquellos que habían quedado entremedias. Comenzó a notar, de inmediato, cómo era movido por una fuerza, quién sabe si benévola o dañina, hacia arriba, salvándolo de perecer ahogado. Estaba siendo transportado, sin poder hacer nada para evitarlo, a un punto indeterminado del tiempo y del espacio.

4. Una guerra brutal.

"Desconozco qué nombre le darán los historiadores a esta batalla... 
 
Lucho por mi vida a cada segundo, no hay lugar para el descanso. 
 
No son hombres aquello contra lo que luchamos,
 
o, mejor dicho, ya no lo son.
 
El rojo lo tiñe todo, sólo existe el rojo,
 
 el de su piel, el de la sangre,
 
 el del árido escenario donde se libra esta guerra sin sentido.

¿De qué abismo maldito surgen estos diablos?
¿Quién forja sus armas?
  Acechan en cada rincón, oigo sus risas de dientes amarillos, 
   oigo su raro lenguaje.

¿Somos nosotros, mis compañeros de armas y yo, 
 intrusos en sus tierras?,
  ¿o es que acaso ellos invadieron las nuestras,
  y resistimos para evitar su conquista?

No puedo ver bien contra qué lucho,
 ellos son ágiles y despiadados.
  Aún así, he sido testigo de sus reuniones bajo este cielo gris. 
 Planean cómo matarnos, cómo acabar con nosotros
 y arrancarnos las cabezas para lucirlas como trofeos en sus estandartes.

Su tecnología es más avanzada, pero nosotros nos tenemos los unos a los otros. 
 En este lugar se está desarrollando una batalla más feroz que la de Europa,
  y sólo puede haber un vencedor.

 Que comience un nuevo día, 
 un nuevo combate
  en esta guerra brutal."


EL NIÑO MACARRA 

Autor: Javier Crux


-¿Y este niño de dónde cojones ha salido? -preguntó el cabo a un soldado raso.
 -Lo pillé en la cocina, por lo visto nos quería robar comida.
 -¡Eso es mentira! -dijo el niño con acento francés, aparentaba unos doce años. El menor intentaba zafarse de las manos que le agarraban de la chaqueta.
 -¿Eres un franchute? -preguntó el cabo.
-¿Tú eres gilipollas de mierda? -respondió enfadado el niño-. ¡Soy belga y a mucha honra!
-¡Vaya lengua tiene el puto crío!
 -Sí, está asilvestrado -contestó el cabo mientras se encendía un pitillo.
 -¿Me da uno?
 -¿Un qué?
 -¿Qué va a ser, estúpido? -el niño escupió al suelo, cerca de la bota del cabo-. Un cigarro. 
 -Eres demasiado joven.
 -Y tú demasiado puto.
  -Mira niño, como me sigas insultando te voy a dar un puñetazo-Como me pongas una mano encima te mato como a unalemán.
 -Como me pongas una mano encima te mato como a un alemán.
 El soldado que tenía agarrado al niño resopló-. Tenemos un tipo duro, quizá deberíamos dejar que conduzca uno de nuestros tanques.
 -¡A tu puta madre voy a conducir!
 -Niño, como no te calles de una vez... -dijo el cabo amenazantemente.
 -Como no se calle, ¿qué? -respondió una voz firme detrás del cabo.
 -Oh... Coronel, no sabía que estaba usted...
 -Dejen a ese niño -ordenó Duke.
-Lo pillamos robando en la cocina.
-¿Qué le he ordenado? -preguntó Duke mientras clavaba su único ojo hábil sobre el soldado que tenía al niño. 
-Sí, señor.
-¡Ya era hora! Señor coronel, estos dos pervertidos me han dicho que si les toco el pito me darán una chocolatina.
Duke sonrió ante la ocurrencia del chico. -¿Dónde están tus padres?
-No lo sé -respondió el niño frunciendo el ceño y mirando abajo.
 -¿Cómo que no lo sabes? -dudó el cabo.
 -Al estallar la guerra los soldados alemanes avanzaron y mi pueblo ahora es su trinchera. Mis padres se supone que están al otro lado.
  -¿Y quién te está cuidando? -preguntó sorprendido Duke.
 -En teoría mi tío, pero se gasta su poco sueldo en alcohol.
 -Cabo, acompañe a este niño a la cocina y dele de comer, lo dejo bajo su supervisión, así que no quiero que le pase nada -ordenó Duke-. Soldado, vaya a comunicaciones para que informen a las autoridades belgas de que tenemos a un menor sin tutores.  
 Cuando Duke se alejó lo suficiente el niño miró al cabo y le dijo: -¿Ahora vas a ser tú mi niñera?
 -Calla, puto niño.
 -Hazme callar, gilipollas. 
-Estás hecho todo un macarrilla.


OMNINET

 (NeoTierra - Paralerso 0001)

Autor: Javier Crux


   Chi John Pérez se conectó a la Omnipedia, haciendo doble click mental, para informarse acerca del estreno de Warshow, el nuevo programa de Giovanni Cisco IV. El exocuerpo robótico de Chi relucía, ya que hoy le habían pulido sus brazos y sus tres patas modelo "trípode deportivo", las más caras del momento, ya que permitían una estabilidad absoluta para su acuario de criogenormol, donde flotaba su cuerpo amoratado y arrugado como una pasa. Sus miembros mecánicos estaban conectados a una cibercolumna vertebral cromada que los unía. Los únicos colores vivos estaban en los neurocables conectados a su sistema nervioso, para que su mente accediera a las mejores aplicaciones de telecomunicaciónes.
 "Warshow comienza el viernes 20 de mayo del año 3439 después de Omninet" -leyó directamente Chi en su cerebro, sin necesidad de usar sus propios ojos atrofiados por su longevidad, ya que la media de edad en ese paralerso era de 414 años, gracias a los avances en tecnología y farmacia-. "En el nuevo programa los usuarios podrán vivir la emoción de una auténtica guerra entre diferentes ejércitos, los más letales que hemos encontrado. Para esta cita disfrutaremos de un ejército surgido de La Tierra del Paralerso 3997, repleto de antepasados humanos desde un plano en conflicto mundial; Por otro lado tenemos a hordas bermellonas de demonios escupidores de fuego y plasma ácido, provenientes del Paralerso 0666". -Chi se sintió excitado por este evento, con la esperanza de que Warshow, algún día, fuese considerado deporte de supervivencia olímpica. Siguió leyendo-. "La contienda será celebrada en el planeta cárcel llamado Coliseum, en los márgenes de nuestro paralerso. Gracias a las mejores antenas 5000-G, con las cuales podremos vivir tridimensionalmente la guerra desde el campo de batalla".
   Chi fue a la cocina, se imprimió un cubilete de hamburguesa vegana, abrió su puerta digestiva y lo introdujo para que la maquinaria lo triturase y fuese por un tubo directamente a su intestino delgado. Horas después las sobras serían expulsadas por las sondas introducidas en ano y uretra. Dentro de su omnioído empezó a sonar un pitido, mientras un cartel apareció dentro de sus pensamientos: "Abuela llamando." Las letras parpadeaban al ritmo de la alarma, con un color rojo. Hizo doble click mental.
 -Dime, Yaya -respondió Chi.
 -Nene, ¿tienes que venir a casa con tu madre el viernes? Te prepararé transchipirones, como a ti te gustan.
 -No puedo, yayita, he quedado con los amigos para conectarnos y ver en stream el programa de Warshow.
 -Ay, cariño, no entiendo como te gustan esas cosas violentas de los jóvenes.
 -Tranquila, son soldados profesionales, no sufren.
 -No lo sé, cariño, demasiada sangre.
 -Si a ellos les gusta. Además, los programas de Giovanni Cisco IV son sangrientos pero pasan todas las leyes de Neotwitter 3.0.
 -Bueno nene, pero si en este nuevo programa venden safaris no quiero que vayas, que a mí y a tu madre nos pondría muy nerviosas si fueras.
 -Tanquila, yaya, desde la Gran Guerra Dimensional que no uso mi Lásernikov. -Ni falta que hace, cariño.
 -Bueno, yaya, te dejo que me voy a conectar a la crypto X-box.
 -Un besito, cariño.
 -Mua mua, yaya. -Chi cerró la llamada telepática.



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