RELATOS
Las historias de Warshow
DESAPARICIONES
(La Tierra - Paralerso (1) 3997)
Autor: Javier Crux
-¿¡Me toma por estúpido, general!? -¡Quiero respuestas! -No. Maldita sea, hemos perdido mucho dinero con estas desapariciones. -Mi señor, eso no es posible, conocí... conozco al Coronel Duke personalmente y puedo afirmar con rotundidad que es un buen patriota temeroso de Dios.
-No, señor presidente...
-¿Cómo diablos pueden desaparecer del frente dos regimientos completos?
-Mis hombres dicen que quizá han desertado.
-Presidente... me lo puedo imaginar...
-Es que ni los ingleses se lo explican... y eso que sus trincheras están a apenas cinco kilómetros de las nuestras. Comentan que hace una semana vieron unos fogonazos provenientes de nuestro campamento y después nada...
-¿Cómo que nada?
-Pues que ya no hubo más contacto por radio. El regimiento del Coronel Duke había desaparecido, al igual que el del Coronel Balop.
-¿Y cómo sabemos que no fueron los alemanes?
-Ingleses y franceses dicen que no han visto actividad enemiga por esa zona.
-Señor, ¿inteligencia no dispone de esa información aún?
-He enviado a mis mejores rastreadores para ver si encuentran alguna pista.
-Espero que esos hijos de puta no hayan traicionado a nuestra bandera.
-Eso espero.
-Estén vivos o muertos, me comprometo a encontrarlos.
(1): Esta palabra es la unión de universo y paralelo.
ESCONDIDO EN LA TRINCHERA
Autor: Javier Crux
Oí como unas voces decían algo en inglés, cerca de la trinchera. Miré a mi alrededor para evitar la parálisis nerviosa. La única idea que se me ocurrió fue tirarme al suelo y esconderme debajo de los cadáveres de Helmut y Klaus. Mis manos se mancharon con su sangre pegajosa que aún brotaba de sus cuerpos. Estaba aterrado. Oí risas al otro lado, eran carcajadas triunfales convertidas en ruido ensordecedor.
Dos soldados enemigos acababan de entrar en la trinchera, no entendía lo que decían. Estaban a diez metros de distancia. El sudor corría por mi rostro. Tenía un ojo medio abierto y fui testigo de cómo atravesaban con sus bayonetas a los cadáveres de mis amigos, después revisaban en sus bolsillos para guardarse lo que encontraban de valor. Esos bastardos se acercaban a mí mientras aún se escuchaba el silbido de algunos proyectiles que cruzaban el cielo de la trinchera. Intenté rezar pero me di cuenta de que no me sabía ninguna oración.
Pensé en rendirme, se suponía que no me harían nada malo si lo hacía... pero recordé algunas historias que me contaron sobre lo que hacían los yankis a los nuestros, por lo visto su ejército estaba lleno de judíos. Sus pasos chapoteaban en la sangre que, mezclada con la tierra, se había convertido en un fango apestoso. Cerré los ojos. Noté como un calor muy fuerte se extendía por mi cuerpo y como una luz muy brillante se colaba al trasluz de mis párpados.
Al abrirlos ya no había nadie, ni rastro de los yankis. Me levanté extrañado. El rumor de los motores había desaparecido, ese silencio tan espeso se me hacía incómodo, incluso llegué a pensar que me había quedado sordo. Me golpeé en el casco para comprobar que aún oía algo y así fue. Los invasores ya no estaban. Me asomé por encima de la trinchera y no vi tanques ni soldados. Empecé a reír, no podía parar, sentí como si yo sólo hubiese ganado la guerra. Me puse a caminar por tierra de nadie. Me paré cerca de un cadáver, cogí su pistola, comprobé que estaba cargada y coloqué el cañón contra mi sien.
EL SOLDADO POETA
Autor: Luis Méndez
1. Caminando por el sendero con una soga.
" El esparto de la cuerda comenzaba a deshilacharse,
pero resistiría el peso de un hombre
al que ya no le quedaba esperanza.
El granero serviría de escenario
a este adiós,
los trabajadores llegarían al día siguiente
y simularían no darse cuenta
de eso que cuelga de la viga en el techo
como un gran pedazo de carne en salazón.
Una muerte limpia sin manchar de sangre
la madera del piso,
una muerte no más cobarde
de la que aquellos que la encuentran
en las trincheras,
asesinando a otros para honra de la nación,
para satisfacción de Jorge V,
emperador de la India.
Pena de quien tuviera que cortar
después la tensa cuerda,
pena de quien tuviera que sujetar el cuerpo sin vida
para que no golpeara el suelo al caer.
Se tiene más delicadeza con los jóvenes que ya no están
que con los que caminan alegres por las calles de Londres."
Mervin Aldiss no creía en la guerra. Carecía de esa beligerancia, de ese orgullo nacional, no como sus vecinos varones, que se habían ofrecido voluntarios desde el primer momento. Sin embargo, tras la inclusión del servicio militar obligatorio, él, soltero, sin hijos, y a sus casi treinta años, se había visto obligado a formar parte del Ejército Británico. A Mervin le gustaba leer y escribir, poesía sobre todo. No era extraño verlo sentado en las más incómodas posturas en los cafés de la ciudad de Londres, cuando su empleo en el puerto se lo permitía, garabateando sus frustraciones y anhelos en arrugados papeles sobre los que caía la ceniza de su pitillo, o algunas gotas de una buena pinta de cerveza. Por su conocimiento naval, aunque él se dedicara realmente a descargar mercancías, había sido destinado a la Marina Real, y eso, en parte, calmaba su ansiedad; estar en alta mar no sería tan distinto a flotar sobre el río Támesis. Su desviada imaginación, al pensar en esta última sentencia, lo llevaba a verse siendo mecido por las olas, su cuerpo inerte, sin vida, su espalda al sol y su rostro sumergido, muerto tras una cruenta batalla. No podía hablar de estos pensamientos con nadie, sería una muestra de cobardía, y tan sólo podía desahogarse con la escritura, como siempre había sido.
"Que lo cristalino del mar se torne rojo
de la sangre de los inocentes,
que esa agua llegue con su rojez intacta
a las cañerías de todos los hogares,
tanto de los más humildes como de los más pudientes,
y que sus habitantes se bañen
en la sangre de sus hijos,
aquellos a los que enviaron a combatir al frente
en una guerra idiota y cruel..."
Llegó el día en el que Mervin se tuvo que despedir de Dorothy, su casera, dueña del edficio donde el joven tenía su habitación. Recogió sus pocas pertenencias (varios cuadernos, una pluma estilográfica y algo de ropa), y esperó a ser recogido por sus, ahora, superiores. Ya no había vuelta atrás.
2. Preludio al desastre.
Habían pasado ya cuatro meses desde que Mervin fue reclutado. El continuo entrenamiento era duro, muy duro, sobre todo para alguien acostumbrado a utilizar más su intelecto que sus músculos. Aún así, pese a ser de natural tímido, Mervin había hecho algunos amigos entre sus compañeros de armas: Dan Mckean, cuyo oficio era el de carnicero, Edward Glover, que llevaba las cuentas de una compañía eléctrica y Jeff Marriott, que, al parecer, era el propietario de un burdel. Pese a tan dispersos orígenes, la personalidad tranquila de todos ellos casaba con la de Mervin, y las charlas cuando las luces se apagaban eran de lo más agradables. Todos ellos habían sido asignados al HMS Indefatigable, un crucero de batalla botado siete años antes. Durante el tiempo que duró el entrenamiento, Mervin escuchó de boca de otros compañeros historias que hablaban de soldados desaparecidos súbitamente en mitad del combate. No se trataba de deserciones; más bien parecía como si algo los arrancase de la tierra sobre la que caminaban. "Cuentos de viejas", pensaba Mervin, pero esa clase de relatos no paraban de circular entre las tropas. ¿Hacia dónde irían esos muchachos? ¿Sería la piedad de los ángeles la que los alejaba de las trincheras plagadas de ratas y disentería? El capitán Sowerby dejó claro a la tripulación que no consentiría que se divulgaran esta clase de bulos, los cuales podrían tener un efecto desmoralizador entre los soldados, así que, si alguien tenía alguna teoría al respecto de esas desapariciones, se la guardaba para él por temor a una severa reprimenda. Mayo llegaba a su fin, los días de trabajo en alta mar resultaban fatigosos, y el ambiente estaba enrarecido debido a las informaciones que habían llegado a oídos del almirantazgo, las cuales avisaban de una inminente operación por parte de los alemanes. La tensión era palpable, y los engranajes de la guerra se estaban poniendo a punto con una única ambición: la victoria o nada. Para Mervin, la mera supervivencia se había convertido en una apetecible tercera opción.
3. Un mar de sangre.
"¿A dónde van todos esos chicos
con el rostro afeitado, irritado por el sudor?
¿Hacia dónde se dirigen a la carrera?
A las fauces de la Muerte,
hambrienta, insaciable, inmisericorde.
¿No podían haber terminado sus días plantando hortalizas,
con la única compañía del silencio
y la paz?
La metralla desfigurando la carne,
un fuego que no se puede sofocar,
gotas ardientes que se llevan la belleza
y la esconden en algún inaccesible lugar.
Los oídos zumban
pero no (¡ojalá!) por el balido de una cercana oveja,
sino por el trueno de una granada,
que al explotar hace retumbar la tierra,
la misma que acoge en su seno a los primogénitos de Gran Bretaña.
¡Dios salve a la Reina,
que la haga victoriosa,
feliz y gloriosa!
Pues en Tierra de nadie la gloria no existe,
tan sólo las sombras,
y el gemir de los hombres que lloran como bebés."
Las costas de Dinamarca, el mar del Norte, el escenario de una cruel carnicería que nada tenía de honorable. Las prácticas habían terminado, era el final del juego. Chicos que no sabían apenas cargar la munición en sus armas eran empujados a la batalla por unos superiores carentes de escrúpulos. En la guerra, sus bajas era tan sólo un número; las noticias de sus muertes llegarían a sus desconsoladas familias de una manera aséptica, meramente formal. No habría abrazos, no habría condolencias. El mar rugía hambriento, insaciable. Eran las 18:50 de la tarde, tan sólo habían pasado veinte minutos desde que las dos flotas, la británica y la alemana, se hallaban en este pandemonio. Pese a no haber caído en la trampa del vicealmirante Reinhard Scheer, la Armada Real no había podido obviar el enfrentamiento, y los soldados de ambos lados caían como moscas. Tan sólo se oían gritos y el ruido de los cañones. Mervin estaba horrorizado; su alma sensible no podía soportar esas visiones infernales y tapaba su rostro con sus manos. Jeff Marriott, ateo, chillaba, histérico "¡Por Dios!, ¡por Dios!". Sus otros compañeros habían sido masacrados, no había piedad. En medio de ese desastre, algo llamó la atención del aterrado Mervin: vio cómo un soldado alemán caía al agua e, inesperadamente, unos brazos rugosos de un aspecto demoníaco lo agarraban y lo hundían, llevándoselo a las profundidades del océano Atlántico. No podía creer aquello que estaba observando, no podía ser cierto. El trauma provocado por tanta muerte debía haber afectado a su mente, pero había sido tan real... Entonces, vio a unas extrañas criaturas salir del mar, apresando a los soldados en los cruceros de batalla. Sus formas eran imposibles, dantescas, llenas de bultos y rojeces. Estos seres secuestraban a esos marinos y los llevaban consigo bajo el agua, que se tornaba roja por la sangre. ¿De dónde surgían esas aberraciones?, ¿del mismísimo Infierno? Extrañas sirenas de la desesperación, de sus mudas bocas tan sólo brotaban infinitas filas de colmillos con los que devoraban a los combatientes de uno y otro ejército. ¿Era esta la respuesta a las desapariciones de soldados que habían estado ocurriendo desde que había estallado la guerra? Entonces, un proyectil alcanzó al HMS Indefatigable, y este comenzó a hundirse. Mervin logró, por suerte, salir de su estado catatónico, tan sólo para observar que el cuerpo de Marriott, el bribón, había sido despedazado por el impacto. Nada quedaba de él, ni su socarronería ni su buen talante. El joven se lanzó al agua, temiendo ser apresado por una de esas criaturas, y advirtió, aterrado, que una especie de red luminosa estaba surgiendo del mar, delimitando el espacio, y cortando limpiamente los miembros de aquellos que habían quedado entremedias. Comenzó a notar, de inmediato, cómo era movido por una fuerza, quién sabe si benévola o dañina, hacia arriba, salvándolo de perecer ahogado. Estaba siendo transportado, sin poder hacer nada para evitarlo, a un punto indeterminado del tiempo y del espacio.
4. Una guerra brutal.
"Desconozco qué nombre le darán los historiadores a esta batalla...
Lucho por mi vida a cada segundo, no hay lugar para el descanso.
No son hombres aquello contra lo que luchamos,
o, mejor dicho, ya no lo son.
El rojo lo tiñe todo, sólo existe el rojo,
el de su piel, el de la sangre,
el del árido escenario donde se libra esta guerra sin sentido.
¿De qué abismo maldito surgen estos diablos?
¿Quién forja sus armas?
Acechan en cada rincón, oigo sus risas de dientes amarillos,
oigo su raro lenguaje.
¿Somos nosotros, mis compañeros de armas y yo,
intrusos en sus tierras?,
¿o es que acaso ellos invadieron las nuestras,
y resistimos para evitar su conquista?
No puedo ver bien contra qué lucho,
ellos son ágiles y despiadados.
Aún así, he sido testigo de sus reuniones bajo este cielo gris.
Planean cómo matarnos, cómo acabar con nosotros
y arrancarnos las cabezas para lucirlas como trofeos en sus estandartes.
Su tecnología es más avanzada, pero nosotros nos tenemos los unos a los otros.
En este lugar se está desarrollando una batalla más feroz que la de Europa,
y sólo puede haber un vencedor.
Que comience un nuevo día,
un nuevo combate
en esta guerra brutal."
EL NIÑO MACARRA
Autor: Javier Crux
OMNINET
(NeoTierra - Paralerso 0001)
Autor: Javier Crux
Chi fue a la cocina, se imprimió un cubilete de hamburguesa vegana, abrió su puerta digestiva y lo introdujo para que la maquinaria lo triturase y fuese por un tubo directamente a su intestino delgado. Horas después las sobras serían expulsadas por las sondas introducidas en ano y uretra. Dentro de su omnioído empezó a sonar un pitido, mientras un cartel apareció dentro de sus pensamientos: "Abuela llamando." Las letras parpadeaban al ritmo de la alarma, con un color rojo. Hizo doble click mental.
-Tranquila, son soldados profesionales, no sufren.
-No lo sé, cariño, demasiada sangre.
-Bueno nene, pero si en este nuevo programa venden safaris no quiero que vayas, que a mí y a tu madre nos pondría muy nerviosas si fueras.
-Un besito, cariño.
-Mua mua, yaya. -Chi cerró la llamada telepática.
